La implosión de la política y la falta de legitimidad social
El profesor Juan Pablo Luna (también del Instituto de Ciencia Política UC y del Instituto Milenio Fundamento de los Datos) reflexiona sobre la crisis social como un problema de la legitimidad del sistema político, y revalúa el rol y disciplina académica para aportar a las políticas públicas.
Con caras nuevas y más empáticas, el gobierno parece haber comprendido, finalmente, que procesar positivamente la crisis en que estamos depende mucho más de lo político, que de lo técnico. Esto no significa necesariamente restarle importancia a logros significativos alcanzados en la tramitación de reformas relevantes en el Congreso, las que eran inimaginables hace tres semanas. El anuncio de un Congreso Constituyente, realizado la noche del 10 de noviembre, va en la misma dirección y es bienvenido.
Sin embargo, en términos de su lógica política, posee una limitación fundamental: el dilema que enfrentamos como sociedad es que quienes tienen el poder en términos institucionales (porque lo ganaron en las urnas) se han vaciado de legitimidad social. Mientras tanto, lo socialmente legítimo hoy, no tiene nombre ni canal institucional disponible. La ausencia y extrema fragmentación de vasos comunicantes entre lo social y lo institucional ha vuelto imposible apaciguar el estallido mediante la representación legítima de quienes estallaron. Y en ese contexto, la fórmula del Congreso Constituyente enfrenta desafíos evidentes.
En esta columna, sin embargo, me interesa analizar en retrospectiva lo que nos dejan estas tres semanas largas tras el estallido, haciendo foco en dos ámbitos: el de la política y el de la ciencia política y la academia. Aunque el segundo es mucho menos relevante que el primero, los paralelos entre uno y otro ámbito me tienen un poco asustado. Ante el estallido, ambos mundos recurrieron a mecanismos de adaptación paralelos, de los que creo podemos aprender mucho de cara a la construcción de una sociedad mejor, cada uno en su ámbito.
La política
Obnubilado por la tesis de una conspiración organizada de quienes “quieren romper todo”, el gobierno acumuló denuncias por violaciones a los DDHH y perdió la poca legitimidad social con que contaba. Mientras discursivamente intentó afirmar que simpatizaba y entendía las demandas de quienes protestaban sin cesar, en las calles respondió (y lo sigue haciendo) con una desmadrada represión policial. Y esa represión excede con creces a los actos vandálicos y se ejerce sobre protestas pacíficas. Y cuanto más reprimió, el tan ansiado “orden público”, como la popularidad presidencial, continuaron alejándose.
Así, hemos vivido veinte días en una “fuga hacia adelante” en busca de la “normalidad” perdida, en que el gobierno siguió recurriendo al mismo tipo de acciones que habían catalizado el malestar, escalando y escalando el conflicto. Y aunque algunos actores clave del sistema como la Confederación de la Producción y el Comercio, o el presidente del más oficialista de los partidos (Renovación Nacional) le abrieron opciones para dar un golpe de timón en términos políticos y simbólicos, en relación a la agenda distributiva y constitucional, La Moneda se quedó cada vez más sola, perdiendo cada una de las escasas oportunidades que se le habían abierto en estos días.
En este proceso, el gobierno no solo dejó pasar múltiples oportunidades para lograr convertirse en el facilitador de un nuevo Chile. Haciendo gala de un narcisismo sin límites, ha convertido un problema país, en un problema “Piñera”. Y así, un candidato que hizo campaña contra “Chilezuela”, terminó por dejarnos cada vez más cerca de ese escenario tenebroso con el que logró movilizar algunos votos en la pasada elección. Otra alternativa igualmente tenebrosa, y tal vez no tan improbable, es que transitemos de una sociedad de castas a una sociedad de Kast. La paramilitarización incipiente de algunos grupos sociales supone además, que ya ni siquiera hay que esperar a la próxima elección para observar los efectos nefastos del engendro.
Pero admitámoslo, el gobierno no ha estado solo. Con honrosas excepciones, la situación no fue mucho mejor en filas de los partidos políticos. Mientras los más perspicaces seguramente están aún procesando el duelo o intentando articular alguna salida en silencio, otros se encuentran enfrascados en peleas chicas, con la ilusión de rentabilizar para si mismos el desconcierto, el vacío de poder, y las angustias, miedos y esperanzas de la ciudadanía. Entre ellos también están quienes piensan que estamos en un escenario pre-revolucionario y actúan en consecuencia, intentando consagrar la fórmula del “cuanto peor, mejor”.
Finalmente, los más voluntaristas, se sumaron esperanzados al cabildeo y a cuanta iniciativa aparecía como capaz de darle el palo al gato. Aún si los cabildos están siendo importantes como herramienta de encuentro, diálogo y catarsis colectiva, son instancias usualmente segregadas (tan segregadas como la sociedad chilena), son dominadas por algunas voces especialmente “fuertes”, poseen aún diversos procedimientos y forma de sistematizar sus resultados, y tienen fuertes sesgos de auto-selección en términos de sus participantes. Para ser francos, además, nadie sabe bien qué hacer con lo que allí se discute, ni cómo agregar de forma creíble y vinculante dichas preferencias.
Ante el desconcierto, la Asociación Chilena de Municipalidades, desafiando desde abajo a los actores más poderosos del sistema, parece haber logrado apurar la decisión del ejecutivo de abrir un proceso constituyente. Esto no significa idealizar la política municipal, donde existen varias facetas oscuras. No obstante, no es casualidad que quienes están en terreno, más cerca de la gente, terminen operando con más responsabilidad y sentido de urgencia (¿será porque el año próximo hay elecciones locales?) que quienes han perdido conexión con la realidad hace rato.
Y es por esa falta de conexión que engalana a nuestro Congreso actual, que la solución propuesta por el gobierno muy probablemente quede corta. En definitiva, no parecen entender que la solución a la crisis no pasa por encontrar una propuesta que logre interpretar al movimiento en el Congreso, sino que requiere de un proceso lento, trabajoso y poco vistoso a corto plazo mediante el cual la política logre recuperar la legitimidad social de la que ellos ya carecen. Y lamentablemente, para eso, no hay atajos. La confianza perdida durante un largo proceso no se recupera mágicamente con un gesto, y menos con uno que llega tarde y con “letra chica”.
El estallido en la ciencia política
Y, ¿Cómo andamos por casa? En nuestro pequeño mundo, los cientistas políticos no lo hemos hecho mucho mejor. En mi opinión eso sucede porque nos encontramos en una situación estructural similar a la de la política. Hemos perdido, por razones que exploro más adelante, la conexión con la realidad social del país. Y como resultado, en estos días hemos también “fugado hacia delante”, reiterando errores del pasado al buscar responder a problemas nuevos. Ante esta situación, creo que debemos escuchar la interpelación de nuestros estudiantes (los actores más débiles de nuestro sistema), y ojalá contribuir a abrir caminos para una academia mejor en los años que vienen. Al igual que en política, se trata de una construcción lenta, en la que debemos ceder protagonismo y abrir espacios en múltiples direcciones. La alternativa es esperar el retorno de la “normalidad” para seguir operando como hasta ahora. Personalmente creo que si prima esa última opción, habremos perdido una gran oportunidad colectiva para ser mejores.
Más allá de peleas muy pequeñas y bien patéticas sobre quién predijo qué y cuándo, de pasadas de cuenta a otras disciplinas por habernos ignorado todo este tiempo, o de argumentos sobre cómo algún proyecto hubiera tenido algo que decir en la situación actual pero no fue financiado porque los fondos terminaron en un proyecto que nos parece menos relevante, hemos sacado la voz para explicar cómo nuestros trabajos previos o nuestras propuestas de reforma se relacionan con la crisis actual o con sus potenciales salidas. Para ser francos, estamos como la política, buscando a ciegas respuestas y ajustes institucionales para lo que no vimos venir, en un contexto en que la institucionalidad está desbordada por lo social. Y mientras tanto, damos un triste espectáculo, cobrando cuentas chicas que a nadie le importan y tratando de sacar ventajas individuales en el corto plazo.
Como lo han hecho los alcaldes y alcaldesas de Chile con el resto del sistema político, nuestros estudiantes han comenzado a cuestionar nuestro rol. ¿Por qué estamos tan desconectados de esa realidad que muchos de ellos viven cotidianamente? ¿Por qué no tenemos tiempo para pensar en esas realidades y para discutirlas abiertamente en nuestras actividades docentes y de investigación? En términos teóricos, creo que estamos en esta situación por haber confiado excesivamente en la autonomía de lo político, habiendo dado primacía al plano institucional (y elitista) de la política, por sobre su dimensión social. También hemos pecado de deificar la técnica, por sobre la sustancia.
Algunos hemos seleccionado nuestras preguntas de investigación por su afinidad electiva con bases de datos disponibles “desde la oficina”, que nos ofrecen el lujo de una métrica estandarizada y de modelos aceptados en el mainstream, sin tener que meter los pies en el barro. Este tipo de trabajo tiene otras ventajas. Usualmente se asocia a un ciclo de producción de “papers” más corto, al tiempo que genera productos que a ojos de la revisión de pares resultan menos cuestionables por su objetividad y potencial de generalización. Y a su vez, una vez que contamos con una base de datos, podemos jugar con una variable aquí y otra allá, y sacar varios “papers” publicables sin nunca salir de la oficina. Y sin nunca entender mucho el contexto de lo que se supone estamos analizando.
La obsesión con la inferencia causal (estimar el efecto causal de una variable controlando por los efectos de otras en base a diseños inspirados en el método experimental) también nos ha empujado a realizar investigaciones que privilegian la validez interna (el cálculo preciso del efecto de “la” variable de interés sobre el fenómeno estudiado) por sobre la validez externa (¿cuán realista son las condiciones en que realizamos el experimento? ¿cuán generalizables y replicables son sus conclusiones fuera del contexto específico en que fue realizado?) y la validez de constructo (¿cuánta relación hay entre nuestros conceptos teóricos y los indicadores que de ellos instrumentamos en nuestro experimento?). En términos sustantivos, este tipo de diseño de investigación nos lleva a minimizar la endogeneidad (y complejidad causal de los procesos sociales y políticos) y la importancia del contexto en el fenómeno observado.
Más recientemente, y en otro paralelo llamativo con la política, ante nuestro abandono y desconocimiento de lo social, el análisis de las redes sociales nos renovó la ilusión de encontrar nuevos atajos para poder analizar la política rápido, con recursos técnicos “cool” (y por tanto con buen potencial de publicación), y sin embarrarnos. Así, la revolución del Big-Data abrió una nueva ventana de oportunidad para este tipo de ejercicio profesional. Especialmente, la posibilidad de recoger datos masivos desde las redes sociales sobre fenómenos políticos, de forma casi automática, y nuevamente, sin embarrarse, nos permitió generar una nueva central de producción de “papers”. En una próxima columna con Daniel Alcatruz y Sergio Toro analizaremos con datos extraídos de twitter durante los últimos días, las potencialidades y las muchas limitaciones que tiene este tipo de herramienta para entender procesos sociales y políticos complejos.
Una academia “easy”
No importa si publicamos en revistas ISI o no, nuestros papers son “easy”.[1] En general se escriben individualmente o en grupos pequeños, fuertemente disciplinarios. Usualmente poseen escasa relevancia social y los publicamos en inglés para que los lean cinco gatos. Pero en un contexto en que priman métricas bastante miopes e incentivos para internacionalizar nuestra labor académica, la academia local las valora y las premia.
Hay universidades chilenas en que un paper ISI se recompensa, aún hoy, con suculentos bonos de productividad, porque esos papers cuentan para otras métricas como el ranking internacional en que cada universidad aspira a posicionarse. Y en esto, los incentivos que priman en nuestras universidades y en nuestro sistema de financiamiento a la ciencia han generado un proceso de convergencia epistemológica, metodológica y sustantiva con buena parte de lo que se produce sobre nuestros países en el norte global.
Y como le pasó a la academia americana con Trump, a quien no vieron venir hasta después que ganó la elección que todos dijeron era imposible que ganara (Ver Trump,el fin de la cooperación y el inicio de un ciclo de violencia), hemos devenido en “mini-me’s” de académicos asépticos, que no viven la realidad que estudian, y que ven una crisis como la que transita Chile hoy como la mera oportunidad para abrir una nueva línea de producción o para publicitar por redes sociales sus trabajos previos. En 2010, (¡solo minutos!) después del terremoto que sacudió a Chile comencé a recibir llamadas de colegas norteamericanos para iniciar una investigación, porque ese evento aleatorio abría la posibilidad de hacer inferencia causal. En estos días, otros académicos del norte global me han escrito para proponer escribir papers, técnicamente sofisticados, pero vacíos de contenido sustantivo, sobre el estallido. El apuro, la competencia y la desesperación por publicar mandan.
Hacia una nueva academia
El problema con la academia “easy” es que aunque probablemente nos lleve a publicar rápido y bien, de acuerdo a las métricas que nos rigen, el costo de oportunidad, en términos del impacto social de la investigación es enorme. Y por tanto, desde un punto de vista ético, creo que debemos evitar seguir operando bajo las mismas lógicas de producción.
Soy consciente que estoy proponiendo un salto al vacío. Porque para que quede claro, no estoy proponiendo aquí encerrarnos en una ciencia social de cabotaje, que reproduzca por otros medios (con otros adornos y con mucha superioridad moral), los mismos vicios estructurales que asigno aquí al mainstream. Tampoco estoy proponiendo hacer ciencia social “crítica” desde un café de Providencia, ni confundir labor académica con activismo social o político. Hay que seguir publicando y publicar bien, pero con sentido social. Seleccionando preguntas localmente relevantes, aunque sean complejas de analizar con las técnicas de moda. Y aunque se demore más en publicar y se publique un poco menos.
Al igual que Margerie Murray y Helene Risor (ver Pensar con la gente: una ciencia social lenta, autónoma y comprometida con Chile), junto a Daniel Alcatruz y Sergio Toro proponemos un enfoque metodológico “lento”, para comenzar a abordar problemáticas país a partir de análisis de “thick data”. Pero es una propuesta a construir, abierta, radicalmente interdisciplinaria, y artesanal. Su único mérito es la búsqueda incierta de caminos en un contexto en que nos hemos quedado sin mapas y los atajos que conocemos son éticamente injustificables, porque nos conducen a la irrelevancia “país”.
Aunque los rankings nos castiguen, creemos que nuestra docencia se beneficiará de un formato de investigación más artesanal y menos industrial. Nuestros estudiantes no requieren de gerentes de fábrica orientados a la producción masiva y estandarizada, necesitan “maestras” y “maestros” dispuestos a poner su experiencia a disposición de un proceso de búsqueda colectiva abierta y más horizontal. En definitiva, requerimos un poco menos de canon y manual, y un poco más de dinámica de taller, para explotar creativamente una de las ventajas de la artesanía por sobre la producción industrial: la falta de estandarización.
Y en ese contexto, tal vez podremos aprender juntos y buscar respuestas localmente adaptadas, para preguntas socialmente relevantes. De lograrlo, también podremos superar, sin mucho esfuerzo adicional, el error frecuente de considerar “las apariciones en prensa” como nuestra forma esencial de hacer extensión y generar vínculos con la sociedad.
Creo que nuestra búsqueda, por definición, debe ser interdisciplinaria. Muy probablemente ese enfoque genere más lentitud y confusión en un principio, y termine, a la larga, desperfilando (en términos disciplinarios) las eventuales publicaciones que emerjan del proceso. Pero, ¡vale la pena salir de ese círculo pequeño en que, desde la fragilidad de nuestros egos, peleamos por nuestra relevancia! Lo que hay fuera del círculo es mucho más relevante que lo que el círculo encierra, tengámoslo claro de una vez.
Y si este argumento les parece absurdo, observen por un rato a los políticos que aún se encuentran enfrascados en peleas chicas, disputando migajas, mientras se parapetan en diferencias ideológicas, partidarias, o de superioridad moral. Con un poco de distancia, parecen muertos en vida.
Los tiempos que vienen (¿serán esos acaso los “tiempos mejores”?), también requerirán de una ciencia social capaz de incidir sustantivamente en política pública. No obstante, la crisis pone en entredicho la forma en que hemos pensado la incidencia en políticas públicas hasta el momento.
Aunque la técnica es necesaria, la tecnocracia está en crisis. Y buscar incidir en política pública, influyendo a los de arriba, no parece ya tan prometedor o éticamente justificable. ¿Qué podemos hacer entonces? Pienso que es necesario volcar nuestras capacidades de investigación a intentar desarrollar la “escucha” que nos ha faltado (la misma que le falta al sistema político) todo este tiempo.
Debemos, en definitiva, dejar de operar desde una lógica en que priorizamos “nuestra” solución para un desafío X de política pública, para contribuir a identificar problemas que no conocemos, y para los cuales, la solución debe comenzar a construirse colectivamente y en base a una conexión real con el mundo social.
Seguramente serán soluciones de política pública a las que no les podamos poner el nombre. También serán más pequeñas y aplicadas, y muy probablemente no nos permitirán obtener consultorías jugosas.
Pero tal vez terminen siendo algo más útiles para la sociedad en su conjunto. Y aunque más lentas y artesanales, seguramente este mismo proceso generará publicaciones más sólidas y más íntegras. Que quede claro, la contraposición entre una ciencia socialmente comprometida y una ciencia de calidad constituye un falso dilema. Debemos asumir nuestro rol privilegiado en la sociedad y poner nuestra capacidad de trabajo a desarrollar investigación, docencia, y extensión de alta calidad y con profundo sentido “país”.
Soy consciente que serán varios los colegas que piensen que se trata de una claudicación innecesaria. O tal vez, como en la parábola de las uvas agrias, podrán argumentar que asumo esta posición a raíz de mi incompetencia para converger al mainstream. Tal vez otros piensen que al igual que en política, este tipo de crisis abre oportunidades para la movilización populista. Cada uno lee lo que quiere. Personalmente cargo con la tranquilidad de sentir que “esto” (tampoco tiene nombre) que cristalizó en mi reflexión de estos días, y que finalmente puedo articular con algo de lógica, me tenía incómodo hace mucho tiempo. Como la crisis, emergió estos días luego de un largo proceso de incubación. Y para comenzar a sanar, decidí escribirlo y hacerlo público.
[1]Las revistas académicas indexadas en el Web of Science (uno de los catálogos más prestigiosos del mundo científico) son usualmente denominadas revistas “ISI”. Por “easy” hago referencia a “fácil”, tomando ventaja de la similar fonética de “easy” e ISI (en español).
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
CIPER/Académico es un espacio abierto a toda aquella investigación académica nacional e internacional que busca enriquecer la discusión sobre la realidad social y económica.
Hasta el momento, CIPER/Académico recibe aportes de cuatro centros de estudios: el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), el Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR). el Instituto Milenio Fundamentos de los Datos (IMFD) y el Observatorio del Gasto Fiscal. Estos aportes no condicionan la libertad editorial de CIPER.